Buscando un fundamento y un marco referencial a este ser …”discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El tengan vida” nos sumergimos en el Documento de Aparecida y lo primero que nos impacta y enciende es la afirmación de que el motor que mueve y urge al discípulo es “el desborde de gratitud y alegría por el don del encuentro con Jesucristo”. Esa es la fuerza que nos mueve a comunicar a los otros este inmenso Amor descubierto y experimentado personalmente en nuestras vidas. Desborde, suena a vaso que rebalsa generosamente su contenido, nos remite a esa frase de San Pablo :…no puedo callar lo que he visto y oído…Desborde, plenitud de vida, de amor es lo que debe impulsar, motivar al discípulo hasta convertirse en misionero. Si es buen discípulo será buen misionero. Ser misionero es un adjetivo, una consecuencia de ese ser discípulo….Y nosotros queremos ser discípulos y una vez más decir: quédate con nosotros por que es noche…Y encontrarnos con El en el sumergirnos en la Palabra y en el alimentarnos del Cristo-Pan…Partió con ellos el Pan…Ese partir que se vuelve reto a asumir una forma de vida: partir la vida para darla, sin guardarnos nada, partir con urgencia para dar la Buena Noticia de que el Maestro ha resucitado. El Evangelio que como discípulos y misioneros tenemos que anunciar es ese: el de la Vida y el de la invitación de Dios a participar en la plenitud de su Vida que es comunión de Amor que vence la muerte.
Siguiendo a Aparecida diremos que el objetivo que perseguiremos en nuestro actuar, en nuestro apostolado es que el mundo “redescubra la belleza y la alegría de ser Cristianos”. No asustarnos por el panorama que nos rodea, por los rasgos negativos de nuestra realidad y por la inmensidad de la tarea que nos espera…”lo que nos define no son las circunstancias dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad ni las tareas que debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre gracias a Cristo por la unción del Espíritu Santo.” El amor que Dios Padre me tiene es lo que me define: soy su hijo amado, descanso en sus manos y estoy atento a su voz. Este discípulo quiere ser ante todo su instrumento fiel en sus manos. No va trazando pequeños y mezquinos planes, sino que escudriña en su alrededor y en su interior para ver que puertas quiere el Padre que atraviese. Y una vez definido el rumbo, sabiendo que está en sus manos y bajo su guía y amor, sube a la barca y se arroja mar adentro. La paz y la grandeza del discípulo es saber que su nombre está escrito en el corazón de Dios que es su Padre. Esto lo hermana con Cristo, Palabra encarnada que debe pasar primero por el corazón del discípulo para llegar al corazón de los hermanos. Misionar es así hablar desde un corazón a otro corazón, en el convencimiento de que siempre que alguien nos comunica vida, nos da sentido a nuestra vida, es Cristo que viene a nosotros.
También el sentirnos hijos de Dios Padre nos hermana con todos los hombres. Hay dos cosas que el hombre no puede ver directamente: el sol y la historia de los hombres. Para mirar al sol necesitamos lentes ahumados, para ver la dignidad de cada persona como hijo e imagen de Dios y hermano nuestro, hacen falta los lentes de la Fé.
Otro reto para el discípulo-misionero: mantener viva su Fé y mantener unida la Fé y la vida. Recorrer permanentemente un camino de conversión y transformación: “De los que viven en Cristo se espera un testimonio muy creíble de santidad y compromiso. Deseando y procurando esa santidad no vivimos menos sino mejor, porque cuando Dios pide más es porque está ofreciendo mucho más:”No tengan miedo de Cristo! ¡El no quita nada y lo da todo!
No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias.”
Queridos hermanos, esta brevísima y muy personal reflexión sobre el rico y sustancioso documento de Aparecida ha querido ser una invitación a sumergirnos en él a fin de latir al mismo ritmo que el corazón de la Iglesia toda.
Siguiendo a Aparecida diremos que el objetivo que perseguiremos en nuestro actuar, en nuestro apostolado es que el mundo “redescubra la belleza y la alegría de ser Cristianos”. No asustarnos por el panorama que nos rodea, por los rasgos negativos de nuestra realidad y por la inmensidad de la tarea que nos espera…”lo que nos define no son las circunstancias dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad ni las tareas que debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre gracias a Cristo por la unción del Espíritu Santo.” El amor que Dios Padre me tiene es lo que me define: soy su hijo amado, descanso en sus manos y estoy atento a su voz. Este discípulo quiere ser ante todo su instrumento fiel en sus manos. No va trazando pequeños y mezquinos planes, sino que escudriña en su alrededor y en su interior para ver que puertas quiere el Padre que atraviese. Y una vez definido el rumbo, sabiendo que está en sus manos y bajo su guía y amor, sube a la barca y se arroja mar adentro. La paz y la grandeza del discípulo es saber que su nombre está escrito en el corazón de Dios que es su Padre. Esto lo hermana con Cristo, Palabra encarnada que debe pasar primero por el corazón del discípulo para llegar al corazón de los hermanos. Misionar es así hablar desde un corazón a otro corazón, en el convencimiento de que siempre que alguien nos comunica vida, nos da sentido a nuestra vida, es Cristo que viene a nosotros.
También el sentirnos hijos de Dios Padre nos hermana con todos los hombres. Hay dos cosas que el hombre no puede ver directamente: el sol y la historia de los hombres. Para mirar al sol necesitamos lentes ahumados, para ver la dignidad de cada persona como hijo e imagen de Dios y hermano nuestro, hacen falta los lentes de la Fé.
Otro reto para el discípulo-misionero: mantener viva su Fé y mantener unida la Fé y la vida. Recorrer permanentemente un camino de conversión y transformación: “De los que viven en Cristo se espera un testimonio muy creíble de santidad y compromiso. Deseando y procurando esa santidad no vivimos menos sino mejor, porque cuando Dios pide más es porque está ofreciendo mucho más:”No tengan miedo de Cristo! ¡El no quita nada y lo da todo!
No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias.”
Queridos hermanos, esta brevísima y muy personal reflexión sobre el rico y sustancioso documento de Aparecida ha querido ser una invitación a sumergirnos en él a fin de latir al mismo ritmo que el corazón de la Iglesia toda.
1 comentario:
No sé de quien es, pero está excelente!!!!!
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