¿A qué debe tanta fecundidad?
Muchas veces la historia es reveladora de las grandes intenciones de Dios....
Ya en los tiempos de fundación de la comunidad de la Hermanas de María, surge el fuerte impulso de rezar por todas las intenciones del Movimiento Apostólico de Schoenstatt. Este crecía con fuerza pujante y se veía la necesidad de avalar el apostolado con la oración. Mientras algunas estaban al frente del apostolado otras debían estar de rodillas, en el lugar de gracias, implorando la bendición divina. Es así que el 13 de enero de 1927, las Hermanas comenzaron con un “servicio apostólico mariano” de doce horas diarias en el Santuario original, en un primer momento, ante las puertas cerradas del Sagrario. Y, es aquí donde una vez más se confirma la fe de la Iglesia de que la Santísima Virgen es el camino más corto, y más seguro para llegar a Cristo (cfr. Pio X, Encíclica “Ad Diem illum” 2-2-1904). Es ella quien pronto despierta en las Hermanas el deseo de que esta guardia se realizara ante el Santísimo expuesto. Fue así que, en los años siguientes, la guardia se fue desarrollando hasta convertirse en una guardia mariana, de adoración eucarística diurna y nocturna.
En la Nochebuena de 1929, se llevó a cabo un acontecimiento silencioso pero de amplia repercusión, que sería decisivo para la fecundidad de Schoenstatt: el Padre abrió el tabernáculo del Santuario original para dar comienzo a las adoración perpetua. Desde entonces, jamás se han cerrado las puertas del sagrario en Schoenstatt y como fruto de esa corriente permanente e intensa de adoración eucarística, comenzó a fluir un torrente de gracias que hoy no es posible medir. (en la Navidad del 2009 se cumplirán los 80 años). Entretanto, la vida de adoración se ha extendido a lo largo y a lo ancho del mundo en casi todos los Santuarios de Schoenstatt.
En el Santuario, María nos regala a su Hijo
La virgen sostiene al Niño, y a la vez nos ofrece. Este Hijo suyo pertenece a cada hombre y a todo el mundo. El vino a revelarnos el amor del Padre y a introducirnos en este amor con la ayuda de su Madre.
En cuanto entramos al Santuario, la imagen de M.T.A. capta nuestra mirada. Luego de contemplarla por unos instantes, es como si ella misma nos señalara “hacia abajo”, donde se encuentra el tabernáculo, donde Cristo se halla verdadera y sacramentalmente presente. Y, ella es la primera en alegrarse cuando lo amamos y honramos con un acto de adoración. Se trata siempre de la misma ley divina que experimentamos en nuestra historia de Schoenstatt: María nos lleva a adorar a su Hijo divino. Y, Él a su vez nos sumerge en su amor al Padre eterno.
“No conocemos apostolado sin interioridad ni interioridad sin apostolado...” P.K.
En cierta oportunidad, refiriéndose a la guardia de adoración eucarística, el Padre Kentenich expresó: “Comprendo cada vea más que este pequeño grupo, esta parte de la Familia que aquí en Schoenstatt, se entrega totalmente a Dios, es en realidad, el nervio vital más profundo de toda la Obra... Creo poder decir: sin este grupo que en segundo plano, como Moisés, extiende sus manos mientras que los demás luchan afuera, digo, sin este grupo, todo nuestro Movimiento está condenado a la inutilidad y a la ruina” .
Estas palabras nos hacen tomar nueva conciencia de que si la misión apostólica de Schoenstatt ha de ser fecunda, entonces debe ser alimentada por la oración y el sacrificio. Los tiempos de unión e intimidad con Dios son los que confieren a los apóstoles de nuestro tiempo, la fuerza de irradiación que convence y obra más allá de las palabras.
Allí tu oración anhelante urge la aurora de salvación
Nuestro Fundador define con estas palabras la actitud orante de María en la hora de la Anunciación. Los Padres de la Iglesia suele decir que la oración de María, en cierto modo, adelantó la hora de la Redención. Algo semejante ocurre con Caná: aún no había llegado “la hora” de Jesús, pero ante el pedido de su Madre, Él obra el primer milagro.
Somos concientes de que nuestro tiempo sin luz necesita de una nueva “aurora de salvación”. ¿Nos atrevemos a creer que nuestra oración sencilla y confiada tiene el poder de adelantar esa hora? ¡Hemos de creerlo! “La oración no informa a Dios algo que Él no conoce, ni podrá forzar su voluntad soberana. Pero esa súplica tiene una real significación porque Dios reconoce e incluye la fuerza de la oración del hombre en sus designios de salvación” (P. Angel Estada).
Vivamos pues, a la sombra del Santuario, a la sombra del sagrario, a la sombra de la Eucaristía. Esta sombra inundará de luz nuestro interior, y sin que lo percibamos, estaremos colaborando en la cristianización de nuestro tiempo.
Fuente: apuntes de las Hnas Adoratrices.
Muchas veces la historia es reveladora de las grandes intenciones de Dios....
Ya en los tiempos de fundación de la comunidad de la Hermanas de María, surge el fuerte impulso de rezar por todas las intenciones del Movimiento Apostólico de Schoenstatt. Este crecía con fuerza pujante y se veía la necesidad de avalar el apostolado con la oración. Mientras algunas estaban al frente del apostolado otras debían estar de rodillas, en el lugar de gracias, implorando la bendición divina. Es así que el 13 de enero de 1927, las Hermanas comenzaron con un “servicio apostólico mariano” de doce horas diarias en el Santuario original, en un primer momento, ante las puertas cerradas del Sagrario. Y, es aquí donde una vez más se confirma la fe de la Iglesia de que la Santísima Virgen es el camino más corto, y más seguro para llegar a Cristo (cfr. Pio X, Encíclica “Ad Diem illum” 2-2-1904). Es ella quien pronto despierta en las Hermanas el deseo de que esta guardia se realizara ante el Santísimo expuesto. Fue así que, en los años siguientes, la guardia se fue desarrollando hasta convertirse en una guardia mariana, de adoración eucarística diurna y nocturna.
En la Nochebuena de 1929, se llevó a cabo un acontecimiento silencioso pero de amplia repercusión, que sería decisivo para la fecundidad de Schoenstatt: el Padre abrió el tabernáculo del Santuario original para dar comienzo a las adoración perpetua. Desde entonces, jamás se han cerrado las puertas del sagrario en Schoenstatt y como fruto de esa corriente permanente e intensa de adoración eucarística, comenzó a fluir un torrente de gracias que hoy no es posible medir. (en la Navidad del 2009 se cumplirán los 80 años). Entretanto, la vida de adoración se ha extendido a lo largo y a lo ancho del mundo en casi todos los Santuarios de Schoenstatt.
En el Santuario, María nos regala a su Hijo
La virgen sostiene al Niño, y a la vez nos ofrece. Este Hijo suyo pertenece a cada hombre y a todo el mundo. El vino a revelarnos el amor del Padre y a introducirnos en este amor con la ayuda de su Madre.
En cuanto entramos al Santuario, la imagen de M.T.A. capta nuestra mirada. Luego de contemplarla por unos instantes, es como si ella misma nos señalara “hacia abajo”, donde se encuentra el tabernáculo, donde Cristo se halla verdadera y sacramentalmente presente. Y, ella es la primera en alegrarse cuando lo amamos y honramos con un acto de adoración. Se trata siempre de la misma ley divina que experimentamos en nuestra historia de Schoenstatt: María nos lleva a adorar a su Hijo divino. Y, Él a su vez nos sumerge en su amor al Padre eterno.
“No conocemos apostolado sin interioridad ni interioridad sin apostolado...” P.K.
En cierta oportunidad, refiriéndose a la guardia de adoración eucarística, el Padre Kentenich expresó: “Comprendo cada vea más que este pequeño grupo, esta parte de la Familia que aquí en Schoenstatt, se entrega totalmente a Dios, es en realidad, el nervio vital más profundo de toda la Obra... Creo poder decir: sin este grupo que en segundo plano, como Moisés, extiende sus manos mientras que los demás luchan afuera, digo, sin este grupo, todo nuestro Movimiento está condenado a la inutilidad y a la ruina” .
Estas palabras nos hacen tomar nueva conciencia de que si la misión apostólica de Schoenstatt ha de ser fecunda, entonces debe ser alimentada por la oración y el sacrificio. Los tiempos de unión e intimidad con Dios son los que confieren a los apóstoles de nuestro tiempo, la fuerza de irradiación que convence y obra más allá de las palabras.
Allí tu oración anhelante urge la aurora de salvación
Nuestro Fundador define con estas palabras la actitud orante de María en la hora de la Anunciación. Los Padres de la Iglesia suele decir que la oración de María, en cierto modo, adelantó la hora de la Redención. Algo semejante ocurre con Caná: aún no había llegado “la hora” de Jesús, pero ante el pedido de su Madre, Él obra el primer milagro.
Somos concientes de que nuestro tiempo sin luz necesita de una nueva “aurora de salvación”. ¿Nos atrevemos a creer que nuestra oración sencilla y confiada tiene el poder de adelantar esa hora? ¡Hemos de creerlo! “La oración no informa a Dios algo que Él no conoce, ni podrá forzar su voluntad soberana. Pero esa súplica tiene una real significación porque Dios reconoce e incluye la fuerza de la oración del hombre en sus designios de salvación” (P. Angel Estada).
Vivamos pues, a la sombra del Santuario, a la sombra del sagrario, a la sombra de la Eucaristía. Esta sombra inundará de luz nuestro interior, y sin que lo percibamos, estaremos colaborando en la cristianización de nuestro tiempo.
Fuente: apuntes de las Hnas Adoratrices.
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