Tucumán tiene un nuevo Obispo

Toma de Posesión de la Arquidiócesis Metropolitana de Tucumán

por

Mons. Alfredo Horacio Zecca

HOMILÍA

17 de septiembre de 2011


Señor Nuncio Apostólico, representante del Santo Padre en la

Argentina,

Señor Gobernador, Señor Intendente y Autoridades Provinciales y Municipales,

Mis Hermanos Arzobispos y Obispos,

Distinguidos Representantes de otros Cultos,

Hermanos en el Señor.


INTRODUCCIÓN

1. “Los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos” (Is 6,8). Estas palabras del Profeta Isaías que hemos proclamado en la primera lectura reflejan lo inescrutable del designio providencial de Dios que todo lo dispone para nuestro bien.


2. Hace apenas unos meses no podía yo siquiera imaginar que llegaría a esta bendita tierra tucumana como su sexto Arzobispo. Vengo con la actitud del Apóstol Pablo ante los corintios. Por tanto, no quiero presentarme ante ustedes con el prestigio de la palabra o de la sabiduría. Quisiera yo también no saber entre ustedes sino a Jesucristo y éste crucificado para que mi predicación sea una demostración del Espíritu y del poder de Dios. Así, la fe de ustedes se fundará en ellos y no en sabiduría de hombres (cf. 1 Co 2, 1-5).


EL OBISPO EN EL MISTERIO DE DIOS

3. La identidad y la misión del Obispo se centran en el misterio de Cristo y de su Iglesia “pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4). La índole trinitaria del ser y del obrar del Obispo, por consiguiente, tiene su raíz en la misma vida de Cristo, que fue toda trinitaria. Vicario del “gran Pastor de las ovejas” (Heb 13,20), el Obispo debe manifestar con su vida y ministerio episcopal la paternidad de Dios; la amistad misericordiosa de Cristo; la luz y la fuerza del Espíritu Santo. Por ello mismo, su vida y su misión han de tener como centro la cruz de Cristo, acto supremo de donación de Sí mismo en obediencia al Padre y por amor a los hombres, actualizado y celebrado cotidianamente en el Santo Sacrificio de la Misa.


4. Estas breves alusiones al ministerio pastoral del Obispo bastan para explicar el abismo que se experimenta entre la grandiosidad del don recibido y el misterio que se encarna, por un lado, y, por el otro, las pobres fuerzas personales que tornan imposible cumplir semejante desafío sin contar con la gracia de Dios.


5. Al respecto, quisiera recordar ahora ante ustedes algunas palabras del día de mi ordenación episcopal. “Hoy a mí – decía – Cristo, como lo hizo en el Evangelio con los Apóstoles, me dice “sígueme”. Más aún, se me presenta con particular intensidad la pregunta de Jesús a Pedro “¿ me amas?”. Yo quisiera responderle como él “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero”. Pero como seguramente esta respuesta no ha penetrado aún toda mi vida, deseo que se torne súplica, diciéndole: “Señor, haz que te quiera cada día más, y así, por amor a Ti, te siga y, en tu nombre, apaciente a tus ovejas” (cf. Jn 21,15-19).



AL SERVICIO DE LA IGLESIA PARTICULAR DE TUCUMAN

6. El Señor me dirige un especial llamado a seguirlo en el ministerio episcopal en la sede arzobispal de Tucumán. Tierra de larga y fecunda tradición cristiana, beneficiada con la gracia de la predicación de San Francisco Solano. Junto con todo el NOA esta Iglesia particular alberga una reserva de valores humanos y cristianos que es indispensable preservar, renovar y desarrollar cada día con mayor vigor. Vengo a la cuna de la Patria, porque llego a la tierra de la Independencia que la alumbró. De la Patria que se apresta a celebrar – o mejor, que ya ha comenzado a celebrar – los doscientos años de vida. A la tierra de Juan Bautista Alberdi, de tantos intelectuales, artistas, empresarios, trabajadores. A una tierra que, no obstante las dificultades que aun perduran, viene creciendo y de cuyo crecimiento somos responsables todos los tucumanos. También la Iglesia y este Arzobispo que buscará un diálogo abierto y franco con todos los sectores de la sociedad. A las Autoridades que hoy la representan aquí los saludo con afecto y agradezco su presencia: el Señor Gobernador de la Provincia y el Señor Intendente de nuestra Ciudad Capital.


LOS ÁMBITOS PRIVILEGIADOS DEL SERVICIO EPISCOPAL

7. El ritual de ordenación del Obispo le hace prometer que se mostrará afable y bondadoso, en el nombre del Señor, con los pobres, con los que no tienen casa y con todos los necesitados. Se comprende que ellos han de ocupar un sitio de privilegio en el corazón del Obispo. Pero también es indispensable atender a tantos desafíos a la evangelización que nos vienen del ámbito de la cultura, de la educación, de las ciencias. La presencia de la Iglesia en la vida pública, respetando el ámbito de la legítima laicidad, la defensa de valores fundamentales como la vida desde su concepción hasta su término natural, del matrimonio y de la familia, de la moral pública y privada, constituyen ámbitos que no pueden quedar al margen de la preocupación pastoral del Obispo.


8. Con firmeza en la doctrina de nuestra fe cristiana y católica, pero sin arrogancia alguna, me esforzaré, con verdadera actitud de apertura, en estar siempre disponible para escuchar a todos con interés y respeto procurando aportar lo mejor de mí mismo para afianzar la amistad social, basada en la justicia, único fundamento sólido del desarrollo y de la preservación del bien común.


EN COMUNIÓN CON EL PAPA Y LOS OBISPOS

9. Al asumir la conducción pastoral de la Arquidiócesis Metropolitana de Tucumán quiero dedicar un especial recuerdo agradecido al Santo Padre Benedicto XVI, que me ha elegido y designado para este oficio. Expreso, de corazón y filialmente, mi viva adhesión y admiración a su persona. En primer lugar y ante todo porque, en la fe, él es Pedro entre nosotros, la roca sobre la que Cristo fundó su Iglesia. Pero, además, porque reconozco en él a uno de los más brillantes teólogos y pensadores de nuestro tiempo, con una especial capacidad para discernir el difícil rumbo de la cultura actual y, así, detectar sus más claros desafíos a la evangelización. Cum Petro et sub Petro, con Pedro y bajo Pedro, quisiera transmitir la Palabra de Dios y promover la Tradición de la Iglesia, continuando con dinamismo misionero la labor desarrollada por mis predecesores en esta sede tucumana.


10. Un especial reconocimiento quiero expresar al Señor Nuncio Apostólico quien, en la Argentina y aquí hoy representa al Papa. Agradezco de corazón que me haya honrado, ya desde mis tiempos de Rector de la UCA, con su cercanía cordial y su amistad sincera. Dios recompense su caridad para conmigo.

11. A los Arzobispos y Obispos que me acompañan, y a tantos otros que se han asociado espiritualmente a esta celebración, les agradezco que me hayan recibido con tanto cariño en el Colegio episcopal del que soy, ciertamente, por múltiples motivos, el último de sus miembros. Al mismo me incorporo con humildad y me esforzaré por contribuir a la búsqueda de la verdad, del diálogo franco y abierto, del amor fraterno y de la comunión.


12. A Monseñor Villalba vaya mi cariño y especial reconocimiento. Como todos lo reconocen ha sido un gran Arzobispo y los tucumanos deben mucho a su sabiduría, prudencia, firmeza e infatigable dedicación pastoral. Su presencia entre nosotros, será sin duda, sobre todo para mí, de un inestimable valor. Su ejemplo y consejo, y su trabajo pastoral en los campos en los que él mismo desee colaborar serán siempre bienvenidos.



CON LOS SACERDOTES

13. Saludo con particular cariño a los sacerdotes, mis primeros colaboradores en el ministerio pastoral. Para ellos quisiera ser padre y hermano fiel. Agradezco su trabajo pastoral, sus ejemplos de vida santa y su celo misionero, tan indispensables en estos tiempos. Les abro de par en par mi corazón. No duden en acercarse a mí con confianza en toda ocasión. En los momentos de alegría y en los de dolor, en el entusiasmo y toda vez que se sientan tentados por el desaliento. Pueden estar seguros de que estaré siempre dispuesto a escucharlos, a aconsejarlos y a corregirlos y dejarme corregir por ustedes, si fuera la ocasión, para poder ser fieles a la vocación a la santidad a la que hemos sido llamados. El buen Dios hará que, a medida que vayamos conociéndonos, crezca entre nosotros la fraternidad y la confianza recíprocas. A los sacerdotes, consagrados y laicos de Buenos Aires que también me acompañan hoy, mi agradecimiento en el Señor con mi especial bendición.

CON LOS SEMINARISTAS

14. Mi corazón estará también siempre abierto para los seminaristas que, con los sacerdotes, ocupan un lugar de privilegio en la vida y en el ministerio del Obispo. Acérquense a mí con confianza sabiendo que siempre estaré dispuesto a escucharlos en sus necesidades, inquietudes y sugerencias. Desde que supe de mi venida a Tucumán, vengo rezando por todos ustedes, por los que pertenecen a la Arquidiócesis y por los que vienen de otras diócesis y nos honran con su presencia en el Seminario, al tiempo que agradezco a sus Obispos, mis hermanos, la confianza que nos dispensan al enviarlos aquí para formarse. Permítanme, con todo cariño y sencillez, unos pocos consejos. El Seminario – lo ha recordado recientemente el Santo Padre – es un tiempo especial de gracia y discernimiento. No olvidemos que el sacerdote se edifica sobre el cristiano y éste sobre el hombre. Cultiven de modo especial las virtudes humanas. Sean sinceros con Dios y con ustedes mismos. Estén siempre abiertos al Obispo, a los formadores y directores espirituales. Sean piadosos y estudiosos. Que el Seminario viva un clima de sana fraternidad y alegría. Cuiden de modo especial la liturgia y los actos de piedad. Los tiempos que corren exigen sacerdotes santos, inteligentes, con gran espíritu misionero y con una gran solvencia de pensamiento ante los ingentes desafíos que la cultura lanza a la evangelización. Como Obispo me siento particularmente responsable de su buena formación y quisiera ser para cada uno de ustedes padre cercano y solícito. El tiempo y el trato frecuente harán que crezcan entre nosotros y con los formadores, sólidos vínculos de amor humano y cristiano.


CON LOS CONSAGRADOS Y CON LOS LAICOS

15. A los consagrados, religiosos y religiosas, y a los laicos pertenecientes a los diversos movimientos, va también mi especial reconocimiento por la labor pastoral que cumplen conforme a los diversos carismas con que el Espíritu Santo los enriquece a cada uno de ustedes y a la Iglesia. La unidad de lo múltiple que, preservando la pluriformidad de dones, funciones y servicios, recoge como en una sinfonía de manera orgánica lo que cada uno tiene para aportar es el sólido fundamento en el que se apoya la evangelización. La comunión trinitaria es, por lo mismo, el gran modelo para la Iglesia, para la familia y, finalmente, también para la misma sociedad. Quiera Dios que el amor mutuo, el respeto, la búsqueda de la verdad donde quiera que se presente, y la mutua tolerancia, nos permitan seguir trabajando en la gran obra de la evangelización conforme al mandato del Señor: “que todos sean uno”.


CON TODOS LOS HOMBRES

16. Volvamos nuevamente, para concluir, a la Palabra de Dios este domingo, al pasaje evangélico en que San Mateo nos presenta la parábola de los obreros de la viña. La enseñanza del Señor es clara: contratando hasta la tarde a obreros sin trabajo y dándoles a todos el jornal completo, el dueño de la viña da pruebas de una bondad que sobrepasa la justicia, sin lesionarla. Dios admite en su Reino también a los rezagados, como los pecadores y paganos. Los llamados a primera hora, los judíos beneficiarios de la Alianza desde Abraham, no deben escandalizarse por ello. Una nueva prueba de la verdad de lo afirmado por el Profeta Isaías: los caminos y los pensamientos del Señor no son los nuestros y su justicia se ve coronada por la misericordia que, incluyéndola, la supera.


A LA LUZ DE LA IMAGEN DE LA “VIÑA”

17. Pero hay también otra enseñanza fundamental en la referencia del Señor a la viña. El tema, tan frecuente en el Antiguo Testamento, lo retoma el Beato Juan Pablo II para aplicarlo a la vida y misión de los laicos en la Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles Laici. Allí aclara el Papa que la viña es el mundo y que todos – sin excepción – están llamados a trabajar en ella. Pero, además, la viña sugiere la comunión entre Jesús y sus discípulos.


18. Esta doble enseñanza del texto sagrado, sin pretender ahora comentarlo, me sirve para subrayar que todos tenemos, por nuestro bautismo, una idéntica dignidad en el Pueblo de Dios. Cualquier legítima diferenciación entre clérigos, religiosos y laicos, viene después de esta dignidad común. Los fieles laicos, conforme a su propia vocación participan en la Iglesia “comunión”, así como, por su dignidad, participan de la Iglesia “misterio” y, a su vez y en su medida, tienen una co-responsabilidad en la Iglesia “misión”. Del conjunto se desprende que la Iglesia es un misterio de comunión que se hace misión y ello, porque la misión tiene su origen en misterio de la Ssma. Trinidad fuente de la dignidad y de la comunión. La comunión – afirma Juan Pablo II – se configura específicamente como comunión misionera – y agrega – la comunión es para la misión y la misión es para la comunión.


SEGÚN EL “LEMA” O PROGRAMA EPISCOPAL

19. A la luz de estas reflexiones quisiera hacer una referencia a mi lema episcopal tomado de un Sermón de San Agustín: “Para ustedes Obispo, con ustedes Cristiano”. Este gran Padre de la Iglesia es aun más explícito en su enseñanza: el Obispo no puede ejercer en plenitud su ministerio si no es, primeramente, cristiano. La tarea presidencial del Obispo presupone la común dignidad que lo iguala a los miembros del Pueblo de Dios del que fue sacado y al que es enviado como Pastor.


20. Siempre, desde mi juventud, me impresionó esta idea y ruego al Señor no olvidar nunca que no tengo dignidad mayor que cualquier bautizado. Ello, confío, alimentará en mí la humildad y me confirmará en la convicción de que debo en todo momento, cumplir lo del Señor: el que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.


21. Mis queridos tucumanos, católicos y no católicos, de todos me siento hermano y a todos quiero servir con sencillez. Los convoco a trabajar con entusiasmo. Quiero proponerles con simplicidad y celebrar con devoción la verdad y belleza del Evangelio de Jesucristo. De nuestra capacidad de diálogo, de nuestra entrega y generosidad, dependen la grandeza de esta Provincia y de esta Nación argentina que integramos. La celebración del bicentenario de la Patria tiene que ser una fuerte motivación para ello. Que la Virgen de la Merced, patrona de la Arquidiócesis de Tucumán y San Miguel Arcángel, patrono de esta querida Ciudad capital de Tucumán que lleva su nombre me alcancen la gracia de ser padre y hermano de todos sin exclusiones. A ellos encomiendo mi ministerio y ruego mi fidelidad al mismo. A ustedes les pido su oración y su ayuda para que pueda ser un buen obispo. Amén.




La Gran Peregrina en el acto de asunción del Obispo
El Padre Martin Alversano saludando al Obispo
El Padre Newman saluda al Obispo
El Padre Pablo Mullin con el Obispo

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