
(Palabras del Padre José Kentenich, 24 de diciembre de 1963)
“Tal como acabamos de escuchar en el Evangelio, seguimos alegres la indicación, la exhortación de los pastores: vayamos presurosos a Belén para ver lo que ha sucedido allí; para ver y escuchar lo que ha dicho el Señor. ¿Qué ha dicho el Señor, qué ha anunciado a los pastores, por medio de los ángeles? Que vayan a Belén, allí encontrarán a un niñito recostado en un pesebre: es Dios....¡Dios en pañales!
¡Dios en pañales! ¡El Eterno e infinito! San Juan dice acerca de Él: “ha existido desde la eternidad” (Jn 1,1).
¡Dios de Dios, Luz de Luz!. Sabemos que Él es el centro de la historia de Salvación y de la historia universal. Sí, Juan Bautista dice acerca de El: “existía antes que yo y vendrá después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias” (Jn 1, 30.27).
¡El Dios infinito, en pañales!... Aquí se revela Dios como el Dios de un inconcebible amor divino misericordioso, como el Dios de un inconcebible amor divino que se inclina...
Et Verbum caro factum est”. La misericordia de Dios ha movido al Unigénito Hijo de Dios a abandonar la gloria del cielo y a descender a la tierra para, por así decirlo, clavar en la cruz los pecados mediante su Pasión, mediante su naturaleza humana susceptible de sufrir.
El eterno Dios aguarda una glorificación infinita, una reparación infinita. Así quiere ser interpretado el himno de alabanza que los ángeles entonaron sobre los campos de aquel tiempo: “Gloria in excelsis Deo”. ¡Gloria, si, gloria infinita!
Por eso, cuando nosotros unimos nuestra propia cruz y sufrimientos a la cruz y al sufrimiento del Salvador, podemos estar seguros de que, en Cristo, rendimos una gloria infinita al eterno Dios. El amor que el Dios hecho hombre nos muestra aquí, como Dios en pañales es un amor que se inclina en forma extraordinaria. O sea, no sólo que asume la naturaleza humana, es decir, abandona la gloria del cielo haciéndose hombre: “Et Verbum caro factum est”. Dios asume una naturaleza humana susceptible de sufrir, El quiere tener la posibilidad de sufrir. Asume una naturaleza humana sumamente indefensa, la naturaleza de un niño. Y sabemos que no pasará mucho tiempo y asumirá incluso la figura del pan. “Et excinanivit semetipsum” (Fil 2,7). El se anonadó, se rebajó hasta el extremo. Es un amor que se inclina...
El buen Dios está interesado en quebrar el miedo. El hombre ha de amarlo, amarlo con toda el alma. ¿El quiere alejar el miedo de nuestros corazones, quiere ser amado, quiere ser uno de nosotros.
Se hizo igual a nosotros en todo, excepto, naturalmente, en el pecado. Incluso se hizo niño, ¿Por qué niño.? Por que el niño siempre despierta el amor. El niño no infunde miedo en su entorno. ¡Dios quiere ser amado! Aquí tenemos el amor que se inclina, el singular amor del eterno Dios que se inclina hacia nosotros....
¿Queremos aceptar nuevamente la invitación de los pastores? “Transeamus in Bethelehem”. ¡Vayamos presurosos hacia Belén! Queremos ver allí lo que nos muestra el Señor. ¿Pero qué vemos? ¡No solo al Niño en el pesebre, sino al mismo tiempo, al Niño en el regazo de su bendita Madre! ¿Qué nos dice esto? Si queremos comprender al Salvador, si queremos amar al Salvador así como Él debe y quiere ser amado, hemos de cambiar nuestra vida, hemos de volvernos semejantes a Cristo. ¡Y a Él lo encontramos una y otra vez en el regazo de su Madre! Una delicada e íntima veneración a María es y seguirá siendo el mejor camino, el más seguro y más corto para hacer de Cristo, el Señor de nuestra vida, el Rey de nuestros corazones.
Pío X nos dice que si nuestro amor a Dios ha de ser algo vital, no algo meramente intelectual, si ha de compenetrar totalmente al hombre, entonces el camino más fácil, más seguro y más corto para alcanzar ese conocimiento vital de Cristo es y seguirá siendo la Alianza de Amor con la querida Madre de Dios.”
(Publicación de las Hnas. Adoratrices de Schoenstatt – Circular Nº 77 – Noviembre/08)
“Tal como acabamos de escuchar en el Evangelio, seguimos alegres la indicación, la exhortación de los pastores: vayamos presurosos a Belén para ver lo que ha sucedido allí; para ver y escuchar lo que ha dicho el Señor. ¿Qué ha dicho el Señor, qué ha anunciado a los pastores, por medio de los ángeles? Que vayan a Belén, allí encontrarán a un niñito recostado en un pesebre: es Dios....¡Dios en pañales!
¡Dios en pañales! ¡El Eterno e infinito! San Juan dice acerca de Él: “ha existido desde la eternidad” (Jn 1,1).
¡Dios de Dios, Luz de Luz!. Sabemos que Él es el centro de la historia de Salvación y de la historia universal. Sí, Juan Bautista dice acerca de El: “existía antes que yo y vendrá después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias” (Jn 1, 30.27).
¡El Dios infinito, en pañales!... Aquí se revela Dios como el Dios de un inconcebible amor divino misericordioso, como el Dios de un inconcebible amor divino que se inclina...
Et Verbum caro factum est”. La misericordia de Dios ha movido al Unigénito Hijo de Dios a abandonar la gloria del cielo y a descender a la tierra para, por así decirlo, clavar en la cruz los pecados mediante su Pasión, mediante su naturaleza humana susceptible de sufrir.
El eterno Dios aguarda una glorificación infinita, una reparación infinita. Así quiere ser interpretado el himno de alabanza que los ángeles entonaron sobre los campos de aquel tiempo: “Gloria in excelsis Deo”. ¡Gloria, si, gloria infinita!
Por eso, cuando nosotros unimos nuestra propia cruz y sufrimientos a la cruz y al sufrimiento del Salvador, podemos estar seguros de que, en Cristo, rendimos una gloria infinita al eterno Dios. El amor que el Dios hecho hombre nos muestra aquí, como Dios en pañales es un amor que se inclina en forma extraordinaria. O sea, no sólo que asume la naturaleza humana, es decir, abandona la gloria del cielo haciéndose hombre: “Et Verbum caro factum est”. Dios asume una naturaleza humana susceptible de sufrir, El quiere tener la posibilidad de sufrir. Asume una naturaleza humana sumamente indefensa, la naturaleza de un niño. Y sabemos que no pasará mucho tiempo y asumirá incluso la figura del pan. “Et excinanivit semetipsum” (Fil 2,7). El se anonadó, se rebajó hasta el extremo. Es un amor que se inclina...
El buen Dios está interesado en quebrar el miedo. El hombre ha de amarlo, amarlo con toda el alma. ¿El quiere alejar el miedo de nuestros corazones, quiere ser amado, quiere ser uno de nosotros.
Se hizo igual a nosotros en todo, excepto, naturalmente, en el pecado. Incluso se hizo niño, ¿Por qué niño.? Por que el niño siempre despierta el amor. El niño no infunde miedo en su entorno. ¡Dios quiere ser amado! Aquí tenemos el amor que se inclina, el singular amor del eterno Dios que se inclina hacia nosotros....
¿Queremos aceptar nuevamente la invitación de los pastores? “Transeamus in Bethelehem”. ¡Vayamos presurosos hacia Belén! Queremos ver allí lo que nos muestra el Señor. ¿Pero qué vemos? ¡No solo al Niño en el pesebre, sino al mismo tiempo, al Niño en el regazo de su bendita Madre! ¿Qué nos dice esto? Si queremos comprender al Salvador, si queremos amar al Salvador así como Él debe y quiere ser amado, hemos de cambiar nuestra vida, hemos de volvernos semejantes a Cristo. ¡Y a Él lo encontramos una y otra vez en el regazo de su Madre! Una delicada e íntima veneración a María es y seguirá siendo el mejor camino, el más seguro y más corto para hacer de Cristo, el Señor de nuestra vida, el Rey de nuestros corazones.
Pío X nos dice que si nuestro amor a Dios ha de ser algo vital, no algo meramente intelectual, si ha de compenetrar totalmente al hombre, entonces el camino más fácil, más seguro y más corto para alcanzar ese conocimiento vital de Cristo es y seguirá siendo la Alianza de Amor con la querida Madre de Dios.”
(Publicación de las Hnas. Adoratrices de Schoenstatt – Circular Nº 77 – Noviembre/08)
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