Carta de Alianza Septiembre 2010
“¿Qué vi yo en el Padre, para mí totalmente desconocido, que me conquistó? Su gran amor a la Madre de Dios fue el gran señuelo que me atrajo irresistiblemente. Admiré en él su fe inquebrantable: amó a la Iglesia, amó a su congregación, mantuvo la esperanza contra toda esperanza. No le oí nunca quejarse de las penas pasadas, no le oí nunca culpar a nadie; su caridad no tenía límites. Admiré en él su fortaleza en todas las situaciones de la vida, aún en las más difíciles como fueron sus prisiones; fue superior a todas ellas; realmente era el hombre fuerte que descansa en el Señor y podía decir: “De Él viene mi salvación, Él es mi alcázar y mi roca, no vacilaré”. Admiré en él su apertura, su visión de la Iglesia que lo llamaba a escuchar las voces del tiempo, que lo llamaban a poner en tela de juicio antiguas y respetables actitudes eclesiales que no le parecían adaptadas a trasmitir el mensaje de Cristo al hombre de hoy. Fue tal vez, sin saberlo, un precursor del Concilio (Vaticano II). Pero todo esto que él vivía por amor a la Iglesia le costó no pocas lágrimas. Admiré también en él su carisma de educador. Él perseguía el ideal de impregnar de Cristo el corazón del hombre moderno, de modo que la fe impregnase toda su vida. (…) Doy gracias al Señor por esta visita suya a mi alma, y lo bendigo por lo poco que he podido hacer por Cristo el Señor, vivo en la persona del P. Kentenich”.
No es una novedad que vivimos en un tiempo carente de personalidades paternales / maternales (no confundir con paternalismo), un tiempo de enorme orfandad y abandono. Esos fueron los mismos dolores que padeció el niño José Kentenich por la ausencia de su propio padre. Justamente en aquello que Dios lo iba a distinguir como Su instrumento, en ello mismo el Señor debía formarlo y educarlo. El P. Kentenich anunció vivamente que Dios no es una idea metafísica, un concepto filosófico o un ser lejano, sino un verdadero Padre que ama incondicionalmente a sus hijos y decía: “La razón última de la “ausencia” de Dios en tantas almas debemos buscarla en la carencia de personas que lo reflejen. Por lo tanto si nosotros no somos reflejos de Dios misericordioso le quitamos a los hombres de hoy la posibilidad de creer en Él”.
Desde que su mamá lo consagró a
Como los profetas bíblicos su gran pasión fue llevar a los hombres al encuentro vivo con Dios, y trasparentar el amor de Dios a los hombres, que lo descubrieran presente en cada hecho de la vida diaria; “Con la mano en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios”. Vivió dos guerras mundiales, experimentó la degradación humana en un campo de concentración, pasó hambre, crisis y pobreza; vivió el destino de su pueblo y su tiempo. Fue valiente para denunciar todo lo que atentara contra la dignidad y la integridad del hombre como hijo de Dios. Anunció y nos enseñó que tiempos de grandes cambios requieren valentía, renovación, creatividad y un nuevo ardor en el modo de vivir y transmitir la fe. Fue un verdadero profeta, apasionado por Dios, apasionado por el hombre y apasionado por su tiempo.
¡Con María Reina, construyamos una Patria para todos!
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