CARTA DE ALIANZA. SEPTIEMBRE 2012


Boletín del Movimiento de Schoenstatt                                                              Argentina – 18 de septiembre de 2012
Queridos hermanos:
La semana pasada miles de personas marcharon por las calles en varias ciudades del país y se concentraron en las plazas para manifestar su descontento y hartazgo por la inseguridad personal y jurídica, contra la re-reelección, contra la reforma del código civil, contra la creciente inflación, contra la mentira, la impunidad, y las restricciones a las libertades personales. Lo impactante fue que la gente salió a las calles convocada por las redes sociales y por una firme necesidad de expresarse, sin miedos, frente al gobierno y frente a la oposición. Una y otra vez se repetía “queremos que nos escuchen”.
Muy elocuente fue una carta de lectores en La Nación del domingo pasado que decía: “… eran los autoconvocados, no los invitó la oposición. Sólo tenían banderas argentinas, nada de partidos políticos. Sólo traían cacerolas, no tenían armas. Eran familias, no venían a hacer desmanes. Habían pagado sus transportes, no los trajeron los micros gratis. Clamaban por sus derechos, su libertad, la seguridad de sus familias, no eran destituyentes. Señora, la próxima vez abra el ventanal y mire, ese es el pueblo argentino; bondadoso, acogedor, paciente, trabajador. Abra sus oídos y escuche sus reclamos”.
Obviamente las reacciones de los políticos no se hicieron esperar. Muchos del oficialismo salieron a “reducir” el perfil de la marcha diciendo que era de un sector social determinado, de algunas ciudades, movidos sólo por intereses económicos, y algunos hasta quisieron ver intensiones conspirativas. Por otra parte varios políticos de la oposición intentaron en vano capitalizar la manifestación y llevar agua para su molino. El mensaje de las manifestaciones fue claramente un llamado de atención a todo el espectro político, gobierno y oposición. Así lo reflejó Beatriz Sarlo en un artículo: “Es injusto hacer responsables a los manifestantes de lo que les falta y les sobra a sus consignas. Su movilización indica que hay allí fuerzas dispuestas a jugar en el espacio público. La responsabilidad cae del lado de intelectuales y políticos que no articulamos una interpelación progresista, democrática y autónoma. No supimos escribir las cosas mejor que en Facebook”.
Dicen que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Pero peor aún es no querer escuchar. Y en nuestra Argentina de hoy no queremos escucharnos. Porque para escucharnos hay que desarrollar aptitudes y, a su vez, escucharnos tiene consecuencias.
Escuchar no es lo mismo que oír. Al cabo del día se oyen muchas cosas, pero se   escucha poco, apenas prestamos atención a lo que dicen los demás, olvidando que la atenta y amable escucha es la base del genuino diálogo. Sin capacidad de escucha, de atención al otro, el diálogo queda bloqueado. Si todos queremos hablar a la vez y nadie escucha las razones del otro, no hay diálogo, solamente «monólogos yuxtapuestos» estériles y hasta ridículos.
Nuestra sociedad, hoy, presenta un aspecto hosco y crispado porque en ella falta la voluntad de diálogo. El problema generacional, por ejemplo, se agudiza porque en ambas partes (padres, hijos) hay poca capacidad de escucha. Falta diálogo paciente y benevolente en muchos matrimonios y parejas. El problema social llega a la irritación porque las partes no se escuchan, se “ningunean”, se descalifican, se provocan e insultan para imponerse o para mandar mensajes de poder al propio “bando”.
Por lo contrario, el diálogo exige una actitud de escucha atenta y respetuosa. Únicamente cuando uno es capaz de escuchar al otro, abre la puerta para que el interlocutor pueda comunicarse con él. El justo equilibrio entre saber escuchar y saber hablar produce el milagro del diálogo. Y de verdad el diálogo es unmilagro de respeto y de sinceridad que posibilita la convivencia pacífica.
Decía el escritor Joseph Joubert «Si quieres hablar a alguien, empieza por abrir los oídos». Sólo una actitud de escucha atenta hace fecunda la palabra que podemos brindar a nuestro interlocutor. Es difícil poder decir algo válido al que dialoga con nosotros si antes no abrimos de par en par nuestros oídos para escucharlo.
Escuchar exige dominio de uno mismo. Es un gesto de sabiduría. La sabia escucha implica humildad, paciencia y deseo de aprender. Quien piensa poseerlo todo, saberlo todo, no escucha al otro y sólo habla porque cree que los demás son incapaces de aportarle nada. La persona engreída, orgullosa, no escucha o escucha con desdén o con aires de superioridad. Y, en definitiva, lo que hace es empobrecerse porque sólo aporta (habla) y nunca recibe (escucha), quedándose finalmente vacía de tanto hablar. Los que sólo hablan sin escuchar entorpecen el diálogo y se empobrecen en un monólogo egocéntrico, autoreferencial y fastidioso que no conduce a nada.
Junto con escuchar atentamente, para que se dé un verdadero diálogo debemos expresarnos claramente, sin miedos. Con libertad, franqueza y respetuosamente. Si dialogáramos más y mejor, nuestra sociedad cambiaría radicalmente y poco a poco iría adquiriendo un rostro más humano y solidario.
La escucha y el diálogo es la actitud de Dios con nosotros siempre. El diálogo es un aspecto central de la vida en Alianza de Dios con nosotros y de nosotros mutuamente. Tal vez fue por eso que Jesús ayudó para que los sordos escucharan y los mudos pudieran hablar“Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y dijo:«Efatá», que significa: «Ábrete». Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente”. (Mc. 7, 33 – 35)
Que nuestro pedido sea entonces: ¡Señor, abre nuestros oídos y nuestra boca para que sepamos expresarnos claramente y escucharnos! ¡Que podamos dialogar como hermanos!
En el camino al Jubileo del centenario de Schoenstatt hay muchas cosas de nuestra realidad que nos duelen y nos agobian, pero no claudiquemos, no dejemos de expresarnos. Movidos por la esperanza y en la fuerza renovadora del Espíritu, como discípulos de Cristo y aliados de María seamos factores de encuentro, de diálogo y de Alianza.
Desde el Santuario les mando un cordial saludo y bendición.
¡Feliz día de Alianza!
P. José Javier Arteaga
¡SANTUARIO VIVO, HOGAR PARA EL MUNDO!

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