Buenos Aires, 15 de agosto 2012
La Asunción de María al Cielo
Toda fiesta de la Mater es para el misionero un motivo de amor y
reflexión. Él vive como su instrumento y se sabe unido a Ella como un hijo fiel
y libre se siente frente a su madre.
La fiesta de la Asunción de María al
cielo es fuente de esperanza, de consuelo y de alegría.
1. La
Asunción es fuente de esperanza.
Estamos hechos para la vida y no para la muerte.
Al final de nuestra peregrinación en la tierra seguiremos viviendo para Dios.
No estamos llamados a la nada sino a la plenitud. ¡Qué gran esperanza para
nosotros y para aquellos que ya partieron físicamente de nuestra lado!
2. La
Asunción es fuente de consuelo.
Su presencia en el cielo la hace intercesora ante
su Hijo y el Dios Trino. Ella no ha desaparecido de nuestro lado, no está lejos
de nosotros, sino más cerca que nunca. Así lo expresa una de las oraciones más
antiguas de la Iglesia,
del siglo III: “Bajo tu amparo nos amparamos”.
Esta fe lo llevó a Pío XII escribir el 1 de mayo
de 1946 a
todos los Obispos del mundo para que expresaran su opinión frente a este tema.
Cuatro años más tarde, el 1 de noviembre de 1950, el Papa proclamó en la plaza
de San Pedro el dogma de la
Asunción de María al cielo.
María sigue siempre a nuestro lado, nos acompaña
cada vez que misionamos, que le entregamos las oraciones de los misionados y le
confiamos nuestras preocupaciones y nuestras cuitas.
3. La fiesta de hoy es fuente de alegría.
La Mater es precursora de lo plenamente humano: el sentido
último de nuestra vida es la comunión para siempre con Dios. María lo espeja en
la Asunción. Esta
verdad alegra el corazón.
La iconografía y las pinturas alegóricas de la Asunción nos la muestran
coronada en el cielo. María es la madre, pero también la reina. No es una reina
decorativa, sino la mujer comprometida con el Reino de su Hijo. Es la dignidad
del hombre la que Ella proclama en esta fiesta. Por eso nos impulsa a trabajar
por el Reino Mariano del Padre y nos estimula a nunca decaer cuando surgen las
dificultades y desengaños.
Una antigua leyenda de san Juan Crisóstomo nos
cuenta que luego de su muerte, los discípulos dejaron el féretro de la Virgen en una tumba vacía.
Siete días más tarde, según la costumbre judía, fueron a ponerle los ungüentos.
Pero al abrir el féretro no encontraron el cuerpo de María, sino en su lugar
hallaron unas rosas con una fragancia tan hermosa, como no podría tenerla
ninguna rosa de esta tierra.
Queridos misioneros, que la Mater les regale esa
fragancia y nos atraiga desde el cielo las gracias para seguir misionando. Su
imagen peregrina es también un signo de esperanza, de consuelo y de alegría.
P. Guillermo Carmona
Buenos Aires, 15 de agosto 2012
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