CARTA A LOS MISIONEROS DEL ASESOR NACIONAL PADRE GUILLERMO CARMONA EN EL DÍA DE LA ASUNCIÓN DE MARIA AL CIELO


Buenos Aires, 15 de agosto 2012

La Asunción de María al Cielo 

Toda fiesta de la Mater es para el misionero un motivo de amor y reflexión. Él vive como su instrumento y se sabe unido a Ella como un hijo fiel y libre se siente frente a su madre. 
La fiesta de la Asunción de María al cielo es fuente de esperanza, de consuelo y de alegría.

1. La Asunción es fuente de esperanza. 
Estamos hechos para la vida y no para la muerte. Al final de nuestra peregrinación en la tierra seguiremos viviendo para Dios. No estamos llamados a la nada sino a la plenitud. ¡Qué gran esperanza para nosotros y para aquellos que ya partieron físicamente de nuestra lado!

2. La Asunción es fuente de consuelo. 
Su presencia en el cielo la hace intercesora ante su Hijo y el Dios Trino. Ella no ha desaparecido de nuestro lado, no está lejos de nosotros, sino más cerca que nunca. Así lo expresa una de las oraciones más antiguas de la Iglesia, del siglo III: “Bajo tu amparo nos amparamos”.
Esta fe lo llevó a Pío XII escribir el 1 de mayo de 1946 a todos los Obispos del mundo para que expresaran su opinión frente a este tema. Cuatro años más tarde, el 1 de noviembre de 1950, el Papa proclamó en la plaza de San Pedro el dogma de la Asunción de María al cielo. 
María sigue siempre a nuestro lado, nos acompaña cada vez que misionamos, que le entregamos las oraciones de los misionados y le confiamos nuestras preocupaciones y nuestras cuitas.

3. La fiesta de hoy es fuente de alegría. 
La Mater es precursora de lo plenamente humano: el sentido último de nuestra vida es la comunión para siempre con Dios. María lo espeja en la Asunción. Esta verdad alegra el corazón. 
La iconografía y las pinturas alegóricas de la Asunción nos la muestran coronada en el cielo. María es la madre, pero también la reina. No es una reina decorativa, sino la mujer comprometida con el Reino de su Hijo. Es la dignidad del hombre la que Ella proclama en esta fiesta. Por eso nos impulsa a trabajar por el Reino Mariano del Padre y nos estimula a nunca decaer cuando surgen las dificultades y desengaños. 
Una antigua leyenda de san Juan Crisóstomo nos cuenta que luego de su muerte, los discípulos dejaron el féretro de la Virgen en una tumba vacía. Siete días más tarde, según la costumbre judía, fueron a ponerle los ungüentos. Pero al abrir el féretro no encontraron el cuerpo de María, sino en su lugar hallaron unas rosas con una fragancia tan hermosa, como no podría tenerla ninguna rosa de esta tierra. 
Queridos misioneros, que la Mater les regale esa fragancia y nos atraiga desde el cielo las gracias para seguir misionando. Su imagen peregrina es también un signo de esperanza, de consuelo y de alegría. 

P. Guillermo Carmona
Buenos Aires, 15 de agosto 2012

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