Carta del Padre Alberto E.Eronti


“…no es como ve el hombre, pues el hombre, ve las apariencias, pero Dios ve el corazón…” ( 1 Sam. 16,7)
                                                                                                       Sión del Padre, junio del 2012
A los miembros del Círculo de Adoración “Monte Sión”
Hace pocos días celebramos la Solemnidad de Pentecostés y ya estamos en junio, mes en el que la Iglesia recuerda devocionalmente al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María. Pentecostés y la devoción a los Sagrados Corazones completan la comprensión del descendimiento del Espíritu sobre la Iglesia naciente.
El Espíritu desciende sobre la Iglesia primitiva de la misma manera que lo experimentó María en la Anunciación. Se trata de una experiencia interior que pone el corazón en ascua. La Virgen lo experimentó como una “fuerza” y un “poder” de amor que hizo posible la Encarnación del Hijo de Dios; la Iglesia del Cenáculo lo experimenta como un “fuego” y un “viento” que les penetra y transforma, que rompe las ataduras y la estrechez del miedo e impulsa a los Apóstoles a testimoniar a Jesús.
Cada año, en la celebración gozosa de Pentecostés somos invitados a renovarnos en la apertura y disponibilidad constante para con el Espíritu. La disponibilidad receptiva del Espíritu debiera ser para nosotros una experiencia interior, esto es una experiencia mística. Se trata de algo que acontece en el núcleo de nuestra mismidad simbolizada en el corazón.
Contemplar el Corazón traspasado de Jesucristo y el Corazón Inmaculado de María debiera despertar en nosotros la necesidad de implorar siempre de nuevo el descendimiento del Espíritu. Es que, su acción y sus frutos, se dan en el corazón, en el santuario interior de nuestra existencia cristiana. Hablando sobre el corazón del hombre dirá Jesús que hemos de estar atentos a qué “sale” del mismo (Mt. 15,19). Del corazón puede salir lo bueno o lo malo, lo que enaltece o lo que denigra, lo que eleva o hunde. ¿Cuál es el “lugar” donde el Espíritu busca actuar en el hombre?, en su corazón, en su centro vital. Es ahí donde quiere dar “frutos” y frutos abundantes.
Con fina psicología y absoluto realismo, San Pablo escribe a las Iglesias sobre la tensión interior que sufre el hombre y la mujer de fe: “Veo claro en mí, es decir en mis bajos instintos, no anida nada bueno, porque el querer lo excelente lo tengo a mano, pero realizarlo no; no hago el bien que quiero; el mal que no quiero, eso es lo que ejecuto…” (Rom.7,19) Es decir, hay “una ley del Espíritu” y hay también “una ley de los bajos instintos”. ¡He aquí la pugna! La lucha se da en nuestro núcleo interior, en el corazón.
Para no dejar dudas de qué habla, San Pablo hará una “lista” de “lo malo” que puede salir del corazón humano, lo que llama “idolatría” (Col.3,5-16) Les pide que no se hagan “cómplices” del mal y que recuerden que “antes, sí, erais tinieblas, pero ahora, como cristianos, sois luz. ¡Portaos como gente hecha a la luz…” (Ef. 4,7-8) De aquí que los alienta a despojarse de lo malo, de lo que no es noble y “vestirse del hombre nuevo…que se va renovando” y busca dar“los frutos del Espíritu”.
Y señala: “en vista de eso, como elegidos de Dios,…vestíos de ternura entrañable, de agrado, humildad, sencillez, tolerancia… y perdonaos cuando uno tenga queja contra otro; el Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo” (Col. 3,12-14)
Volviendo al tema del corazón, hemos de aprender a “vigilar” nuestro centro vital. ¿Qué “sale” de mí?, ¿qué “sale” de mi corazón? Como bautizados, como discípulos de Jesús, estamos llamados a “dar los frutos del Espíritu” y no “los de la carne”. Jesús señaló que donde esté nuestro tesoro, estará también nuestro corazón (Mt. 6,21) En la medida que contemplemos y nos dejemos fascinar por el Corazón de Jesús -¡Dios con Corazón “de carne”!- y por el Corazón Inmaculado de María, experimentaremos la fuerza interior para buscar “los frutos del Espíritu” e irradiarlos mediante el testimonio, es decir nuestra vida hecha “buena noticia”
El Padre Kentenich decía que “el corazón es un santuario”, lo que significa que en nosotros hay un “lugar” para lo divino. En este año en el que la Familia de Schoenstatt, en su caminar hacia el Jubileo 2014, se ha centrado en el Santuario como un don, queremos nosotros  -adoradores y adoratrices- centrarnos en nuestro santuario interior. Les propongo una concreción: en el “Hacia el Padre”, pág. 218, está la oración “Mi habitación es tu Santuario”, quizás podamos rezarla y cambiar por “mi corazón es tu santuario”.
Desde el Santuario de Sión del Padre les envío un cordial saludo y mi bendición.
P. Alberto E. Eronti

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