Queridos hermanos en
la Alianza:
Muchas veces me he encontrado con padres que me
dicen contentos: “¡Cómo ha cambiado mi hijo desde que se reúne con su grupo de
Schoenstatt! Parece otro”. Pero también me ha sucedido al revés: hijos que se
admiran del cambio de sus padres desde que comenzaron a “ir a Schoenstatt”.
¿Cuál es la causa de ese cambio? ¿Es el grupo
con quienes se reúnen, los temas que trabajan o las reflexiones que tocan el
alma? Puede ser, pero verdaderamente el factor
principal del cambio interior es el vínculo personal con la Sma. Virgen en su
Santuario de Schoenstatt.
Cuando pienso en los jóvenes reunidos en el
Santuario rezando y cantando a María, o los matrimonios, los hombres, los
grupos de las madres o los misioneros de la Campaña cuando se reúnen a rezar
por las familias, el trabajo y la Patria, o los peregrinos cuando van a
presentarle a la Madrecita sus anhelos y necesidades, todos esos “momentos de
Santuario” son momentos de gracia de
transformación interior.
María en el Santuario no sólo nos cobija
regalándonos su amor de Madre sino que también nos llena del Espíritu de Cristo, Espíritu de santidad, que nos
transforma en hombres nuevos.
Esta gracia
de la transformación interior también puede comprobarse mirando la historia
de la Familia de Schoenstatt, y en primer lugar la vida del Padre Fundador: la
Alianza de Amor con María en el Santuario fue la fuente de su santidad y el fundamento
de su fecunda vida sacerdotal. Pensemos también en los primeros jóvenes, como
José Engling, que acompañaron al P. Kentenich en la fundación de Schoenstatt, o
mujeres, como la Hna. Emilie, y hombres, como Mario Hiriart: todos ellos
experimentaron un enorme cambio interior por las gracias recibidas en el
Santuario por manos de María. Todos ellos vivieron y murieron santamente al
servicio del Reino de Cristo y María.
Pensemos también en nosotros mismos desde que
comenzamos a peregrinar al Santuario o a la ermita de la Virgen. Tal vez muchos
pensaban que las mañas o pecados ya estaban tan arraigados en el corazón que ya
no podríamos cambiar. Sin embargo, pedido tras pedido, entregándonos a su amor,
de a poco algo comenzó a cambiar. Nosotros
mismos somos testigos de la gracia de transformación interior que regala la
Sma. Virgen en el Santuario.
Esta
gracia está unida a la gracia del cobijamiento, porque no hay mayor poder de cambio y transformación que el amor. Decía el
P. Kentenich que los santos comenzaron el camino de la santidad cuando descubrieron
el infinito amor de Dios por ellos. Efectivamente, el reconocernos amados,
aceptados y cobijados por Dios y por la Virgen en el Santuario nos causa consuelo, paz, alegría interior y un impulso vital tan grande, que se
despiertan y desarrollan las fuerzas de nuestro propio amor.
En la fuerza del Espíritu Santo, la Sma. Virgen quiere ayudarnos a crecer
hacia la santidad. La gracia de la transformación interior tiene como objetivo renovar nuestro corazón y nuestra vida despojándonos del hombre viejo y revistiéndonos del hombre nuevo. Como
dice San Pablo: “De él (Jesús) aprendieron
que es preciso renunciar a la vida que llevaban, despojándose del hombre viejo,
que se va corrompiendo por la seducción de la concupiscencia, para renovarse en
lo más íntimo de su espíritu y revestirse del hombre nuevo, creado a imagen de
Dios en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef. 4, 22). Justamente, el Santuario es la escuela donde María
nos educa en el amor de Cristo, como lo hizo en la casa de Nazaret; es la fragua donde Ella forja
personalidades libres, fuertes, santas y misioneras como lo hizo con los
apóstoles en el Cenáculo. Allí María nos capacita para el encuentro personal y
el diálogo sincero; nos educa en los valores morales y religiosos, y nos mueve
al compromiso responsable y solidario.
Por último, esta
gracia de la transformación interior se proyecta en nuestros vínculos: en su
Santuario
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