Carta de Alianza Abril 2012

Queridos hermanos en la Alianza:

Todos hemos leído y escuchado cómo el miércoles santo pasado una gran tormenta se abatió sobre el oeste y sur del conurbano de Buenos Aires provocando la muerte de 12 personas, destrozando todo tipo de construcciones, arrancando árboles de cuajo y dejando sin techo, agua y luz a miles de personas. Durante la semana santa pude palpar el dolor de la gente por la falta de techo, agua y luz en nuestro barrio del Santuario en Florencia Varela y alrededores.

La falta de luz hizo que las noches fueran un inmenso mar de oscuridad, donde se multiplicaban las fogatas en las calles a cuya luz la gente se cobijaba y otros protestaran haciendo piquetes. La falta de luz cortó el agua, hubo racionamiento máximo de la poca agua que se podía conseguir, se sintió la sed y también la suciedad. La falta de luz trajo la inseguridad, aumentaron los robos y todo tipo de desmanes en casas, negocios y calles a oscuras.

Si con la falta de luz eléctrica sufrimos la oscuridad, la inseguridad y la sed, con la falta de la Luz de Cristo la oscuridad, la inseguridad y la sed del alma son totales y colapsa la Vida.

La oscuridad trae inseguridad, nos sentimos desvalidos y vulnerables, por eso nos replegamos para estar en “guardia” y defendernos. Pero, por otra parte, en la oscuridad se puede desarrollar más la mirada y percibir así lo que muchas veces se pasa por alto: la oscuridad nos vuelve “anhelantes de la luz de la mañana”.

El sábado santo, al final de la tarde, volvió la luz y nos llenó a todos una inmensa alegría. Cuando en la Misa de la Vigilia Pascual vimos entrar el cirio Pascual rompiendo las tinieblas con su pequeña luz y luego multiplicarse en cientos de pequeñas llamas que iluminaban la noche, para muchos cristianos el mensaje de la Pascua este año fue más vivo que nunca: Cristo es nuestra Luz y nuestra Vida.

Al terminar la Misa fuimos al Santuario a saludar a la Sma. Virgen y a cantarle nuestra alabanza y agradecimiento. A Ella, la Madre que permaneció fiel al pie de la cruz, que creyó y esperó. A Ella, que escuchó tantos pedidos y dolores de sus hijos. A Ella, la Mujer vestida de Sol, de la Luz de Cristo. Después de tantos días de oscuridad fue hermoso ver el Santuario de la Virgen lleno de luz, de una Nueva Luz, y poder decir “¡qué bien estamos aquí!”.

Esa misma experiencia la tuvieron el P. Kentenich y los primeros congregantes aquel 18 de octubre de 1914 que los llevó a decir “¡qué bien estamos aquí!”. Afuera eran tiempos de guerra, desarraigo, oscuridad e inseguridad de vida, pero en el Santuario la presencia de María les trajo el cobijo y el amparo del alma que tanto necesitaban para encarar la dura realidad que les tocaba vivir. Porque es aquí, en el Santuario de nuestra Madre y Reina, donde Dios irrumpe en nuestra historia concreta y nos trae la claridad.

“¡Qué bien estamos aquí!”. El P. Kentenich lo señala en el acta de Fundación: "sin duda alguna no podríamos realizar una acción apostólica más grande, ni dejar a nuestros sucesores una herencia más preciosa que inducir a Nuestra Señora y soberana a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia".

¿Qué gracias? La gracia del cobijamiento y arraigo espiritual. Es experimentar ya aquí en la tierra algo del cielo: el arraigo tiene que ver con el “hogar”.

Todos buscamos ese cobijamiento y arraigo en un corazón humano y en el corazón de Dios. Quien tiene su hogar en el corazón del Dios, ¿qué puede temer? Ese es libre, interiormente libre. En cambio aquél que no tiene hogar en Dios, que no siente a Dios como padre, se siente desamparado, expuesto a merced del oleaje, extremadamente vulnerable e inseguro. No tiene raíces. ¡Pero qué trágico es cuando ni siquiera se está profundamente arraigado en el corazón de ninguna persona, cuando no tenemos dónde reposar nuestra alma, nuestra cabeza, nuestras manos cansadas! Los hijos de nuestro tiempo somos vagabundos espirituales. Nos falta la tranquilidad interior, esa paz que el mundo no sabe dar. Por eso se ha llegado a decir que el sentimiento fundamental del hombre de nuestro siglo es la angustia existencial, el temor y la inseguridad. El hombre actual, para defenderse de esa inseguridad, ha buscado todo tipo de sucedáneos para olvidarse que tiene miedo. Se ha sumergido en el trabajo, en las cosas, en el dinero, en el alcohol, en el sexo, en la violencia y en las drogas. "Buscar hogar y cobijarse directamente sólo en Dios, no resuelve el problema. Tenemos que proporcionar hogar al hombre en el hombre, en un lugar aquí en la tierra. Sólo cuando se capte el afecto, será posible la experiencia sobrenatural del hogar (en Dios). Sin eso, nada está asegurado" (P. Kentenich, jornada pedagógica 1951).

Esa enfermedad es la que María quiere sanar en su Santuario con el agua milagrosa del cobijamiento. En el Santuario María quiere que surja una nueva cultura del arraigo y del encuentro, “aquí en la tierra como en el cielo”. Una nueva cultura del hogar y de los vínculos: una cultura de Alianza. María quiere hacer surgir desde nuestros Santuarios un hombre nuevo, a semejanza de Cristo, profundamente cobijado en el corazón del Padre Dios; un hombre que posea un sentimiento nuevo de vida, la convicción honda de estar personalmente cobijado en el corazón del Padre Dios y ser capaz de dar hogar a los hermanos.

Queridos hermanos, queremos centrarnos en el don que nos ha hecho el Señor con el Santuario (ermitas, santuarios hogar y santuarios del corazón). ¡La Virgen nos regala hogar en su corazón y, en Cristo, nos conduce al corazón de Dios Padre! En la noche de la Pascua el Ángel les dijo a las mujeres: “vayan y anuncien esto a sus hermanos”. En la fuerza de la Alianza compartamos esta gracia que hemos recibido en el Santuario, y seamos también nosotros hogar para muchos hermanos.

¡Feliz día de Alianza!

Desde el Santuario les mando un cordial saludo y bendición.

P. José Javier Arteaga

¡SANTUARIO VIVO, HOGAR PARA EL MUNDO!

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