Monseñor Zecca y la Mater en comunión con Dios


Ante una multitud de 4.000 fieles, Monseñor Adriano Bernardini, nuncio apostólico, puso en posesión de la Arquidiócesis de Tucumán a monseñor Alfredo Horacio Zecca. La solemne celebración eucarística tuvo lugar el sábado 17 de septiembre en un altar ubicado en las escalinatas de la Catedral de San Miguel de Tucumán.

La ceremonia comenzó con la lectura del mandato pontificio del 10 de junio de 2011, donde Benedicto XVI lo nombra Obispo de la Arquidiócesis de Tucumán. Pero el momento más sublime fue cuando el Obispo saliente, monseñor Horacio Villalba, le entrega el báculo dando inicio así a su ministerio pastoral como sexto Arzobispo de la Provincia. En su homilía trazó los principales lineamientos de su plan pastoral: convocó a los tucumanos a la unidad y al trabajo, y aseguró el dialogo franco y abierto con todos los sectores de la sociedad.

Toda la grey católica se dio cita para recibir al nuevo Pastor. Los cálidos abrazos se sucedieron uno tras otros y la familia de Schoenstatt también lo recibió fervorosamente. Sacerdotes schoentattianos acompañaron a su Iglesia tucumana en ese día. El padre Pablo Mullín, responsable regional, Martín Aversano, Padre diocesano y el Padre Newman, sacerdote nigeriano y colaborador diocesano hasta el próximo año. A su vez, misioneras de la Campaña del Rosario portaron con noble orgullo y profundo amor, a la Virgen Peregrina Auxiliar, quien motivó el clamor y cariño de algunos de los fieles que participaban del culto. Al inicio de la ceremonia, a su paso, el nuevo guía de la Iglesia tucumana le sonrió y al final del rito, durante el cortejo de despedida, la bendijo con gran calidez de Padre.

La Virgen, Madre Reina y Victoriosa Tres Veces Admirable, ya cuenta con la estrecha comunión del nuevo pastor.

La Mater abriendo caminos

El reloj marcaba las 18, y la hora del encuentro ya estaba vencida. La Virgen Peregrina recién partía camino a tan importante celebración. Densa cantidad vehicular, semáforos en rojo, agentes en custodia, vallas, y protocolo humano fueron algunos de los obstáculos que se presentaron.

Su paso amoroso y su maternal mirada abrió los caminos hasta llegar al corazón de la ceremonia, allí donde todas las miradas estaban puestas. Los fieles laicos y religiosos, al descubrirla, le sonreían. Los niños la tocaban y las misioneras responsables se esforzaban por sostenerla firmes y convencidas de que tal solemnidad no hubiera sido lo mismo sin la presencia de Ella.-

Mariela Reche

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