Mensaje del Encuentro de la Obra de Familias de Schoenstatt

Mi familia – Nuestra patria

En el año del Bicentenario de nuestra Patria, del 9 al 11 de julio, nos reunimos 1.200 personas, para celebrar el don de la vida y el regalo de tener una familia. El encuentro organizado por la Obra de Familias de Movimiento Apostólico de Schoenstatt, se desarrolló en Huerta Grande (Córdoba), bajo el lema “Mi familia, nuestra Patria”. Deseamos compartir esta vivencia.

En el transcurso del encuentro fue creciendo la certeza de que el Evangelio se revela en la comunión de corazones, anhelos y tareas. Por eso la presencia de Dios –que no es un solitario- y de Jesús, que vivió en un hogar y construyó comunidad, se espeja en la familia.

Nuestro fundador, el P. José Kentenich, definió a las familias “Fundamento y corona de la sociedad” y le entregó el legado de construir un nuevo orden social basado en la verdad, el amor y la justicia.

En medio de tantas incógnitas sobre nuestra identidad, queremos mostrar el esplendor de la verdad sobre el matrimonio y la familia. Ella es el “santuario de la vida”, donde la maternidad y la paternidad humanas se hacen santas, porque reflejan a Dios Padre y a nuestra Madre, María.

Queremos vivir nuestra vocación de amor esponsalicio como proyección y servicio desinteresado a la vida ajena, especialmente a la de nuestros hijos. Cada uno de ellos es un regalo de Dios que valoramos, acogemos y cuidamos en solidaridad, respeto y libertad. Queremos regalarles un hogar que los cobije, los haga seguros y anticipe el cielo.

Nuestras familias quieren ser una alternativa a la cultura individualista y a la fragilidad de los vínculos, a la acumulación vergonzosa de intereses y al hedonismo sin medida. Nuestra propuesta es compartir el pan de la hospitalidad y de la vida, la acogida a los excluidos, enfermos y leprosos del espíritu –entre los cuales nos contamos- y a quienes buscan a Dios a tientas en la noche. Donde no hay espacio para ellos porque no son tan importantes a los ojos del mundo, hay un hogar en nuestro corazón.

Como familia nos sabemos misioneros del Reino. Los padres y madres de familia no somos dueños de la Palabra sino sus servidores. Esta misión no es individual sino conjunta y complementaria del marido y la mujer. El sacramento del matrimonio, que hemos renovado, nos regala fortaleza, nos devuelve el fuego del primer amor y nos incorpora a la victoria de la Pascua.

Al finalizar este encuentro hemos pedido al Señor que envíe más operarios –matrimonios- que siembren en la Iglesia y en el mundo semillas de esperanza. Frente a la experiencia de nuestros límites, le pedimos a María que se acerque a su Hijo y le pida para nuestras familias, como en Caná, el vino fuerte y santo de la Alianza.

Respetamos a aquellos que piensan diferente: el amor no se impone, se propone. No discriminamos sino afirmamos nuestras convicciones. Aceptar el mensaje de la familia es un oferta inconclusa del Paraíso, pero siempre abierta a construirse por quienes guardan la promesa.

Porque esta tarea es tan difícil y nos sabemos enviados como corderos en medio de los lobos, recurrimos a María, y siguiendo la enseñanza del Fundador de Schoenstatt la coronamos: “Madre y Reina de una patria para todos”. Tenemos la certeza que Ella tomara nuestra pequeñez e impotencia y por su poder de Reina nos enseñará a no claudicar.

Asumimos el desafío de esta hora y nos comprometemos todos –hijos, hermanos, padres y cónyuges- a ser pregoneros de la luz y del amor.

Huerta Grande, 9-11 de julio de 2010








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