24 de Septiembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
1. Llegamos desde todas las parroquias, capillas y zonas de la Arquidiócesis para celebrar nuestra fiesta patronal: Nuestra Señora de la Merced.
Dios vino a este mundo gracias al «Sí» de la Virgen.
También Jesús llegó a nuestras tierras traído de la mano de la Virgen.
Desde que se funda la ciudad de Tucumán en Ibatín en 1565 se honra a la Virgen de la Merced. Cuando en 1685 la ciudad es trasladada a este lugar, se traslada también la imagen de Nuestra Señora de la Merced, que dos años más tarde fue nombrada “protectora de la ciudad”.
Así la Virgen de la Merced está entrañablemente unida a nuestro pueblo y forma parte de nuestra vida. Acompaña el caminar de los tucumanos desde los comienzos hasta ahora y estuvo presente con su protección maternal en los momentos, particularmente difíciles de nuestra historia.
Por eso hoy venimos a darle gracias a Nuestra Señora de la Merced: por estar siempre a nuestro lado protegiéndonos con su manto maternal.
2. “Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a
En el centro del plan de Dios, desde la eternidad, hay una mujer, y esta realidad es una clave de lectura para la dignidad de la mujer en el mundo y en la historia del mundo.
La Virgen es quien abrió totalmente los brazos y el corazón para recibir la plenitud del don de Dios y, de este modo, es modelo de toda mujer que se deja amar por Dios y que reconoce que todo se lo debe a Dios.
María es mujer. Es “la bendita entre todas las mujeres”. María es garantía de la grandeza femenina.
María es el arquetipo de la auténtica promoción femenina. ¿Qué mujer puede decir: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque el Todopoderoso ha hecho grandes cosas en mí?” (ver Lc. 1,48).
María ha representado un papel muy importante en la evangelización de las mujeres y ha hecho de ellas evangelizadoras eficaces, como esposas, madres, religiosas, trabajadoras, campesinas, profesionales. Continuamente les inspira la fortaleza para dar la vida, inclinarse ante el dolor, resistir y dar esperanza cuando la vida está amenazada, encontrar alternativas cuando los caminos se cierran.
3. María es “el nuevo principio” de la dignidad y vocación de la mujer: de todas y cada una de las mujeres.
La mujer, como el hombre, es imagen de Dios. La igualdad entre el hombre y la mujer se halla afirmada ya desde las primeras páginas de
La tarea de dominar el mundo, de continuar con la obra de la creación, de ser con Dios co-creadores, corresponde pues, a la mujer tanto como al varón. La mujer debe estar presente en las realidades temporales, aportando su ser propio de mujer para participar con el varón en la transformación de la sociedad.
Este mensaje bíblico alcanzó su plena expresión en las palabras y en los gestos de Jesús.
Jesús acogió a las mujeres, les devolvió su dignidad y les confió, después de su resurrección, la misión de anunciarlo.
San Pablo remata el pensamiento de Cristo sobre la igualdad de naturaleza y de destino del hombre y la mujer: “Ya no hay… varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gál. 3,26-29).
4. Siguiendo el ejemplo de su divino Fundador, la Iglesia anuncia con convicción este mensaje.
La Iglesia trabaja por el afianzamiento de la dignidad y la valoración de la mujer.
El escenario de la mujer ha desbordado el ámbito familiar y se extiende a todos los campos: docente, profesional, político, técnico, científico y laboral. Vemos a la mujer en la cátedra, en la fábrica, en la universidad, en el deporte, en la justicia, en el parlamento.
Sin duda que la mujer ha aportado una gama de valores femeninos que han enriquecido y renovado todos los sectores de la vida humana.
Sin la contribución de las mujeres, la sociedad es menos viva, la cultura menos rica y la paz más insegura.
La Iglesia trabaja en la promoción humana y cristiana de la mujer ayudándole a salir de situaciones de marginación en que puede encontrarse y capacitándola para su misión en la comunidad eclesial y en el mundo.
La Iglesia trabaja por favorecer los medios que garanticen una vida digna para las mujeres, especialmente para las que se encuentran en situaciones difíciles: separadas, madres solteras, mujeres prostituidas.
La Iglesia denuncia las violaciones contra la justicia y la dignidad de la mujer.
En nuestro tiempo, aunque teóricamente se admite la igual dignidad de la mujer y el varón, en la práctica, con frecuencia, se la desconoce.
Tenemos que reconocer que en muchos casos se da la marginación de la mujer: una prepotencia del varón: un cierto machismo, todavía existente, impide la promoción femenina como parte indispensable en la construcción de la sociedad. Con salarios desiguales, muchas veces se la convierte en objeto de consumo, disfrazando su explotación bajo el pretexto de evolución de los tiempos. También se acentúa la prostitución. En el sector laboral, se comprueba el incumplimiento de las leyes que protegen a la mujer. Igualmente se debe considerar la situación de abuso que se da en las empleadas domésticas.
La justicia para la mujer en el trabajo requiere que se eliminen todas las formas de explotación como mano de obra barata.
5. Debemos subrayar el papel fundamental de la mujer como madre, defensora de la vida y educadora del hogar.
Es necesario valorar a la mujer en todos los ámbitos de la vida. Con todo, hay que reconocer que, entre los dones y las tareas que le son propias, destaca de manera especial su vocación a la maternidad. De la vocación materna brota la singular relación de la mujer con la vida humana. La misión materna es también fundamento de una responsabilidad particular. La madre está puesta como protectora de la vida.
Dios es el Señor de la vida. La vida es un don. El hombre no es dueño de la vida. El niño concebido, no nacido, es el ser más pobre, vulnerable e indefenso que hay que defender y tutelar.
La Iglesia se siente llamada a estar al lado de la vida y defenderla en la mujer.
Hoy se difunden diversas proposiciones reduccionistas sobre la naturaleza y la misión de la mujer: se niega su específica dimensión femenina, se la convierte en objeto de placer.
Lamentablemente, algunas veces la lucha por la emancipación de la mujer llega a la violencia y a desconcertantes exigencias, como ser el derecho al aborto, al amor libre, a la homosexualidad.
La emancipación y promoción de la mujer debe lograrse en conformidad con aquellas responsabilidades que brotan de su vocación a la maternidad, y, sobre todo, no puede nunca realizarse atentando contra la vida humana en gestación.
El matrimonio, la maternidad y la familia son valores fundamentales. No puede haber progresos reales a expensas de estos valores.
La familia es el santuario de la vida, servidora de la vida, porque la vida es la base de todos los derechos humanos.
Que la Santísima Virgen ayude a los hombres y a las mujeres a descubrir con claridad el plan de Dios sobre la femineidad.
Llamada a ser la Madre del Salvador, María es la mujer ejemplar, que desarrolló en su plenitud su vocación femenina. Que ella obtenga a las mujeres una lúcida y activa conciencia de su dignidad, de sus dones y de su misión.
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