Al cumplir 25 años de sacerdocio, el padre Kentenich dijo: “no conozco un solo hombre que haya influido profundamente en mi desarrollo. Millones de hombres se quebrarían, si hubieran estado tan solo como yo lo estuve. Yo debía crecer en medio de una total soledad interior”.
Librado a su sola fuerza, sin tener a nadie a quien poder recurrir, se entregó radicalmente en manos de la Virgen Maria, conducido por Ella acepta lo que el Padre del cielo le envía como prueba.
Dirá: “Dios me dio inteligencia clara por eso tuve que pasar durante años prueba de fe. Lo que guardó mi fe durante esos años fue un amor profundo y sencillo a la Virgen Maria”
Aquí estuvo el comienzo de su salvación. En la Virgen Maria encontró el punto de equilibrio, la persona humana en quien veía integrarse, en forma admirables, lo humano y lo divino.
Dirá años mas tarde: “Maria es para nosotros en su plenitud personal, el punto de convergencia clásico de lo natural con lo sobrenatural. Ella es la maravillosa encarnación de la unión armónica entre la naturaleza y la gracia”
Experimentó a Maria como Madre, Abogada, Intercesora, ve en Ella la persona que regala al hombre un modo de pensar sano. Intuyó la importancia que tiene la Virgen Maria para superar la crisis que aqueja al hombre y a la cultura actual.
La lucha y sufrimiento de esos años iban a marcar en forma decisiva su personalidad sacerdotal.
A lo largo de toda su vida, el padre Kentenich será el gran enamorado de la Virgen Maria, en Ella había encontrado no solo la solución a su crisis existencial, sino también una pieza clave en la estrategia de Dios para superar la crisis actual de la humanidad.
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