Apertura del año jubilar por el centenario de la ordenación sacerdotal del Padre José Kentenich


Tu eres sacerdote para siempre
según el orden de Melquisedec.”
(Salmo 109)


El 8 de julio pasado, se celebró la Eucaristía en el Santuario de Tucumán, abriendo el año que lleva a recordar y revivir los cien años de la ordenación sacerdotal del padre y fundador, José Kentenich. Es una gracia de la Divina Providencia que coincidiera con el Año Santo Sacerdotal, declarado por el Santo Padre en honor al cura de Ars.
En la tarde gris y fría se sentía la presencia y la sonrisa cálida del Padre José; se acentuó aun más cuando el celebrante, Padre Martín Aversano, hizo referencia a su personalidad, en la homilía.
Resaltó los rasgos y actitudes propias del Buen Pastor, del ser padre: supo preocuparse y dedicarse a los suyos, dispuesto a amar hasta el extremo, como el pelícano, que abre su corazón para alimentar sus pichones.
Fue sacerdote mariano por excelencia. Como San Pablo consagró su vida y sus fuerzas para anunciar al mundo el misterio de Cristo; la misión del Padre Kentenich fue anunciar y proclamar el misterio de Maria.
Al finalizar la Santa Misa, la bendición fue especial: “El universo entero con gozo glorifique al Padre, le tribute honra y alabanza por Cristo, con Maria, en el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén”.
Luego se trasladaron al memorial del Padre, donde rezaron la oración por su beatificación y renovaron también la alianza con ese profeta de María, que alentó a toda la familia de Schoenstatt a seguir sus huellas, seguros de que su obra es la misión a cumplir.

“Padre, aquí estamos. Vamos contigo.
Nuestro corazón en tu corazón.
Nuestro pensamiento en tu pensamiento.
Nuestra mano en tu mano.
Padre, tu herencia, nuestra misión”

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